El amor a la Iglesia es un rasgo que aparece en muchas escuelas de espiritualidad y en cada una tiene su colorido específico. En la escuela de espiritualidad de Santa Sor Faustina la Iglesia es el don de la Divina Misericordia, don muy rico porque constituye el ámbito de la comunidad de vida del Creador y Salvador con el hombre. En sus escritos a menudo aparece la imagen de la Iglesia como Madre, que por su naturaleza se distingue por el amor misericordioso a los hijos y la imagen del Cuerpo Místico de Cristo, en que cada miembro vive en unidad con la Cabeza y con los demás miembros.
A través del espíritu de fe y también mediante numerosas visiones y experiencias místicas, Sor Faustina pudo conocer que la Iglesia es la comunidad de vida del hombre con Dios, el espacio de la presencia viva de Dios. Al sumergirme en la oración, fui trasladada en espíritu a la capilla y vi al Señor Jesús expuesto en la custodia – apuntó en el Diario – en lugar de la custodia veía el rostro glorioso del Señor y el Señor me dijo: Lo que tú ves en realidad, estas almas lo ven a través de la fe (Diario 1420).
Sor Faustina veía la muestra de la misericordia de Dios no solamente en la institución de la santa Iglesia y en la presencia de Dios en la misma, sino también en la actuación de Dios con respecto al hombre, especialmente a través de la palabra que ilumina y a través de los sacramentos en los cuales Dios concede todo tipo de gracias necesarias para la vida sobrenatural. En las invocaciones de las letanías y en otros textos del Diario, Sor Faustina menciona diferentes muestras de la gran misericordia de Dios, por citar el Santo Bautismo, la justificación a través de Jesucristo, el otorgamiento de la vida inmortal, la posibilidad de conversión, los sacramentos en los cuales Jesús concede su gracia para cada momento de la vida… (Diario 949, 1286 y otros).
Para Sor Faustina, la misericordia se manifiesta en la Iglesia también en el otorgamiento de la santidad de Dios a las criaturas. Sólo Dios es santo y su santidad es tan grande que delante de Él tiemblan todos los espíritus celestiales, se sumergen en adoración permanente y dan gloria a Dios diciendo: Santo, Santo, Santo… (Diario 180). La santidad de Dios – escribe Sor Faustina – es derramada sobre la Iglesia de Dios y sobre cada alma que vive en ella, pero no en grado igual. Hay almas completamente divinizadas, pero hay también almas apenas vivas (Diario 180). La posibilidad de transformar la vida, perfeccionarla con medios sobrenaturales, la invitación a la comunión de vida con Dios, la posibilidad de participar cada vez más plenamente en la vida de Jesús y en su misión, según Sor Faustina son los dones de la Divina Misericordia que el hombre ha recibido no por sus méritos, sino por el amor misericordioso de su Creador y Salvador. Viendo este gran amor de Dios en la Iglesia, pudo decir con toda la sinceridad de su corazón: Qué alegría ser una hija fiel de la Iglesia (Diario 481). Tal visión de la Iglesia despertaba en ella el espíritu de agradecimiento a Dios y la movilizaba para alcanzar la santidad cada vez mayor.
La Iglesia, Madre
En la Sagrada Escritura hay muchas imágenes relacionadas entre sí que describen la realidad sumamente rica de la Iglesia. Cada una de estas imágenes, por citar redil, labranza, construcción de Dios, esposa, Jerusalén de arriba (Catecismo de la Iglesia Católica 754-757) tiene su contenido y muestra la Iglesia tal y como está en el designio de Dios Uno y Trino, instituida por Jesucristo, Hijo de Dios. En los escritos de Santa Sor Faustina la Iglesia aparece más frecuentemente como Madre. Oh Madre mía, Iglesia de Dios – confesó – tú eres la verdadera madre (Diario 1469). La Iglesia es madre porque da la vida sobrenatural en los santos sacramentos y desarrolla los mismos; purifica, ilumina, comprende, consuela y fortifica (cfr. Diario 1286, 1469, 1474); conduce las almas a la unión cada más plena con Dios en la tierra y a la gloria celestial (Diario 749, 777).
Oh Iglesia de Dios, tú eres la mejor madre – escibió – sólo tú sabes educar y hacer crecer al alma (Diario 197). Sor Faustina sabía que en la Iglesia Dios depositó la revelación en la que manifestó su amor al hombre y el plan de salvación del mismo; y a los hijos de la Iglesia les dio la posibilidad de conocer a Dios no solamente a través del mundo creado, sino también a través de la fe. Casi cada solemnidad en la santa Iglesia – confesó – me da un conocimiento más profundo de Dios y una gracia especial, por eso me preparo a cada solemnidad y me uno estrechamente al espíritu de la Iglesia (Diario 481). Sor Faustina iba conociendo a Dios cada vez más profundamente, primero a través de la fe que pidió ardientemente hasta el fin de su vida; y este conocimiento la llenaba de mucha alegría. Aprovechaba, pues, cada oportunidad para recoger de esta riqueza de la Iglesia: meditaba la Sagrada Escritura, escuchaba atentamente la palabra de Dios, participaba activamente en la liturgia, se beneficiaba de los mensuales días de recogi- miento y de los ejercicios esprituales; leía la literatura religiosa, participaba en las conferencias (en el llamado „catecismo”) que daban los sacerdotes invitados, las maestras y superioras. Oh, qué dulce es tener en el fondo del alma aquello en lo que la Iglesia nos ordena creer (Diario 1123) – confesó con alegría.
Cuando experimentaba las dolorosas noches pasivas de espíritu y unas terribles tentaciones atormentaban su alma, levantaba actos de fe: Creo, creo y una vez más creo en ti, Dios único en la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en todas las verdades que tu santa Iglesia me ofrece para creer (Diario 1558). Sor Faustina hizo esta confesión de la fe en todas las verdades que la Iglesia ofrece, cunado estaba en grandes tinieblas espirituales, privada de cualquier consuelo. Mostró así su gran confianza en la Iglesia como la mejor Madre que educa a sus hijos y los conduce a Dios, utilizando toda clase de medios. Yo agradezco continuamente a Dios por esta gran gracia de haberse dignado en su bondad de poner en el camino de mi vida espiritual estas columnas luminosas [sacerdotes] que iluminan mi camino, para que no me desvíe, ni me retrase en tender a unirme estrechamente al Señor. Tengo un gran amor por la Iglesia que educa y conduce las almas a Dios (Diario 749).
Como una buena hija reza por su madre – escribió Sor Faustina – cada alma cristiana debe rezar por la Iglesia que para ella es la mejor madre (Diario 551). Sor Faustina rezaba continuamente según diferentes intenciones de la iglesia. Con su oración y sacrificio ayudaba a los sacerdotes que proclamaban la palabra de Dios y confesaban; alcanzaba la gracia de conversión a los pecadores, una muerte feliz y tranquila a los agonizantes, el cielo a las almas que sufrían en el purgatorio. Se acordaba del Santo Padre, de los misioneros y de la Iglesia sufriente en distintas partes del mundo, por citar España y Rusia… (Diario 240, 1052, 1366, 1582 y otros). Oraba por los hermanos separados, los enfermos y por los que habían perdido la esperanza en la Divina Misericordia. Por ellos se ofreció como víctima para alcanzarles el regreso a la Iglesia y la gracia de la unión con Dios (Diario 309). Como ahora no puedo dormir bien de noche, ya que no me lo permiten los dolores – apuntó en el Diario – visito todas las iglesias y las capillas y adoro, aunque sea por poco tiempo, al Santísimo Sacramento. Cuando vuelvo a mi capilla, entonces rezo por ciertos sacerotes que proclaman y divulgan la misericordia de Dios. Rezo también según la intención del Santo Padre y para impetrar la misericordia de Dios para los pecadores; éstas son mis noches (Diario 1501).
El niño que ama a su madre es siempre obediente, pues la obediencia a la Iglesia, según Sor Faustina, es una expresión del amor hacia ella. La obediencia de Sor Faustina a la Iglesia se expresaba en recibir todo lo que la Iglesia propone para ser creído y en la sumisión ante los que revelan la voluntad de Dios, es decir ante los sacerdotes y las superioras. Más de una vez, eso requería un gran heroismo, especialmente cuando recibía ciertos órdenes directamente de Jesús y la realización de estos mandatos dependía de los sacerdotes o de las superioras. Contemplando el modelo de obediencia de Jesucristo, trataba de ser obediente a la Iglesia siempre y en todas partes, a pesar de ser, según confesó, mártir de las inspiraciones de Dios. Oh Verdad eternal – rezaba – Palabra encarnada que has cumplido la voluntad de tu Padre de manera más fiel, hoy me vuelvo mártir de tus inspiraciones por no poder realizarlas, visto que carezco de mi propia voluntad; a pesar de conocer claramente tu santa voluntad dentro de mí, me someto en todo a la voluntad de las superioras y del confesor; yo la cumpliré en la medida en que tu me lo permitas por medio de tu respresentnte. Oh Jesús mío, antepongo la voz de la Iglesia a la voz con la cual Tú me hablas (Diario 497). Sabía que la obediencia a la Iglesia , aunque a veces dolorosa, no le dejaría desviarse y le permitiría cimplir perfectamente la voluntad de Dios. Jesús se lo dijo más de una vez: Repite cada exigencia mía delante de aquellos que me sustituyen en la tierra y haz solamente lo que te manden (Diario 489). La obediencia a la Iglesia condujo a Sor Faustina a las cumbres de la mística e hizo que su profética misión dio frutos muy abundantes en la Iglesia.
A pesar de las dolorosas experiencias y los disgustos causados por los sacerdotes, la Iglesia siempre era para ella la mejor madre que Dios dio al hombre para el desarrollo de la vida sobrenatural.
La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo
En sus escritos Santa Sor Faustina evoca y presenta a menudo, también la imagen de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo que es el término más próximo a la Iglesia en cuanto pueblo de Dios. La noción de „cuerpo” – explica el obispo Edward Ozorowski – no tiene aquí el sentido físicoquímico, como una composición de músculos y huesos o un conjunto de células. „El cuerpo” (soma) en el Nuevo Testamento tiene el significado teológico. Ante todo indica la unidad. „El Cuerpo de Cristo” en relación a la Iglesia determina una especie de relaciones entre los hombres y Cristo (dimensión vertical) y entre los hombres en unión con Cristo (dimensión horizontal). Sor Faustina concebía así el Cuerpo Místico de Cristo muchos años antes del Concilio Vaticano II que acentuó muy fuertemente esta imagen de la Iglesia. Gracias a una fe profunda y la experiencia mística veía este sumamente estrecho vínculo de Cristo con cada persona bautizada, así como la relación mútua y la coresponsabilidad entre todos los miembros de la Iglesia.
Oh, cuánto amo a la santa Iglesia y a todos quienes viven en ella. Los miro como miembros vivos de Cristo que es su Cabeza. Me inflamo de amor con los que aman, sufro con los que sufren, el dolor me consume mirando a los tibios y a los ingratos; entonces procuro un amor tan grande hacia Dios que compense por aquellos que no lo aman, que alimentan a su Salvador con negra ingratitud (Diario 481). Admiraba el misterio de la estrecha unión de Cristo con las personas bautizadas, no dejaba de asombrarse de que Dios se humilla tanto ante sus criaturas y trata con ellas en la Iglesia con familiaridad, hasta ofrecerse como alimento. Por analogía al papel que tiene la cabeza en el cuerpo humano, Cristo que es la Cabeza de la Iglesia, tiene contacto con cada miembro de su Cuerpo Místico, con cada uno se relaciona directa y personalmente, a cada uno le otorga las gracias necesarias y asigna tareas correspondientes. Dirige su Cuerpo Místico para el bien de todos los miembros, lo ama como el esposo a su esposa, cuida de todas sus necesidades. Todos formamos un mismo organismo en Jesús (Diario 1364) – dijo Sor Faustina.
Sor Faustina veía en el Cuerpo Místico de Cristo no solamente la dimensión vertical (la unión de cada uno de los miembros con Cristo), sino también la dimensión horizontal (la unión entre los miembros en Cristo), de la cual deriva el principio de interacción, solidaridad y coresponsabiliodad de todos los miembros. Lo comprendía perfectamente: Tanto la santidad como la caída de cada alma repercute en toda la Iglesia. Yo, observándome a mí misma y a los que están cerca de mí, he comprendido qué gran influencia ejerzo sobre otras almas, no a través de algunas hazañas heroicas, porque ellas son llamativas por sí mismas, sino por los actos pequeños como el movimiento de la mano, la mirada y muchas otras cosas que no menciono, pero que sí actúan y se reflejan en otras almas, lo que he observado yo misma (Diario 1475). Sentía las alegrías y los sufrimientos de los demás miembros de la Iglesia. Gozaba cuando a través de la confesión los miembros muertos de la Iglesia volvían a la vida, cuando crecía el amor y el bien dentro de la comunidad de los creyentes y se afligía viendo a los ingratos y fríos; y a los que permanecían en el pecado, porque con ellos sufría todo el Cuerpo Místico de Cristo.
Sintiéndose responsable por el organismo vivo de la Iglesia, buscaba la santidad personal. Me esfuerzo por la santidad – confesó – ya que con ella seré útil a la Iglesia. Hago continuos esfuerzos en las virtudes, procuro imitar fielmente a Jesús y esta serie de actos de virtud cotidianos, silenciosos, ocultos, casi imperceptibles, pero sí cumplidos con gran amor, los pongo en el tesoro de la Iglesia de Dios para el provecho común de las almas. Siento interiormente como si fuera responsable por todas las almas, siento claramente que vivo no solamente para mí, sino [para] toda la Iglesia… (Diario 1505). Aspirando a la santidad, se unía cada vez más plenamente con Dios y cuidaba de la santidad de los hermanos. Se lo enseñaba el Señor Jesús: Has de saber, hija mía,que cuando tiendes a la perfección, llevas a muchas almas a la santidad y si no procuras la santidad, por la misma razón muchas almas permanecerán imperfectas. Has de saber que su perfección dependerá de tu perfección (Diario 1165). Sor Faustina se acordaba de estas palabras de Jesús y las cumplía con fidelidad. Por lo tanto cuando se apoderaba de ella el sentido de desgana y de monotonía en cuanto a sus prosaicos deberes de cada día, entonces recordaba que en la casa del Señor no hay nada pequeño y que de la pequeña acción llevada a cabo en unión con Jesús, depende la gloria de la Iglesia y el progreso de la vida espiritual de más de un alma (Diario 508). Trataba, pues, de imitar a Cristo, de estar en la unión con Él, cada vez más perfecta, para que la tierra de su corazón produjera buenos frutos; y depositaba en el tesoro de la Iglesia las virtudes cotidianas, silenciosas y escondidas para el provecho de todas las almas (Diario 740, 1505 y otros). Sabía que su santidad iba a dar latidos de vida en toda la Iglesia, puesto que todos formamos un mismo organismo en Jesús (Diario 1364).
Hna. M. Elżbieta Siepak ISMM
Traducción al español – Ewa Bylicka