María fue venerada desde los inicios de nuestra Congregación como Madre de Dios de la Misericordia, como se puede ver en el nombre mismo de la congregación, que lleva dicha advocación. Sin embargo, el culto y devoción a la Madre de Dios de la Misericordia, a lo largo de los últimos años, ha ido profundizándose, sobre todo gracias a las revelaciones y a la devoción de santa Sor Faustina, vivencias que dejó descritas en su «Diario»; también gracias a la teología sobre la Madre de la Misericordia, que Juan Pablo II incluyó en su encíclica «Dives in misericordia». En las últimas Constituciones de la Congregación, que datan del año 1985, hay citas y fragmentos que reflejan las mencionadas obras. También se pueden encontrar referencias a dichas obras en el devocionario de la Congregación, en los textos de los cantos y en la forma de sentir la devoción a la Virgen María por parte de las generaciones contemporáneas de las hermanas de la Congregación. María es venerada en la Congregación, ante todo, como la Inmaculada, la Madre del Hijo de Dios – la Misericordia encarnada. Ella fue la que participó del modo más pleno en la obra de la salvación de su Hijo, y por eso, Ella es quien mejor conoce la misericordia de Dios, pues sabe bien cuánto ha costado y lo grande que es. Ella también es la Madre de todos los hombres, por lo que ella muestra misericordia a todos y la ejerce a cada uno en particular, conduciéndonos a las fuentes mismas de la misericordia, que surgen del Salvador. Ella es el modelo más perfecto de vida cristiana, de todas las virtudes; es también la ayuda más eficaz a la hora de alcanzarnos las gracias de Dios, rico en misericordia. Ella misma, que es la llena de gracia, de proclama la misericordia de Dios generación en generación y obtiene misericordia para el mundo entero.