El Nuevo Testamento nos descubre plenamente la belleza y la riqueza de la misericordia en las relaciones interpersonales. Es Jesucristo quien nos lo muestra, y lo hace a través de su estilo de vida, los milagros que realizaba y mediante sus enseñanzas. En Él – Misericordia encarnada – la misericordia cristiana encuentra su más perfecto modelo, donde se superan todos los límites, lo cual abarca a toda persona, incluidos los enemigos. Esta misericordia se basa en la verdad revelada, presupone que se cumplan los requisitos de la justicia, pues no la niega, sino que la lleva a su cumplimiento (incluso a costa del sufrimiento y de la muerte), y luego va más allá y sobrepasa sus límites para colmar a la persona con la misericordia. Cristo, en sus enseñanzas, nos ha revelado que la fuente y el motivo de la misericordia humana es la misericordia de Dios, Uno y Trino. La misericordia así entendida constituye la esencia misma de la vida de los cristianos en cuanto a sus relaciones interpersonales. La misericordia, que es un don de amor desinteresado para con el prójimo, edifica y desarrolla la vida cristiana, hace que las personas sean parecidas a Dios, Padre rico en misericordia, y permite que se extienda en el mundo la misericordia de Dios y es, en realidad, la única riqueza del hombre que tiene valor eterno.