Podemos ir conociendo el misterio de la misericordia de Dios, porque sabemos que ha sido Dios quien nos lo ha revelado, y también gracias a los autores inspirados de la Sagrada Escritura ha quedado escrito en los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento. En la historia del mundo, en las vidas de los personajes bíblicos y en la historia del Pueblo Elegido, Dios iba revelando su amor misericordioso, que no sólo alza al hombre después de caer en pecado, sino que también pone remedio a cualquier debilidad y deficiencia humanas, y con ello le da la existencia. La Misericordia se manifiesta en cada acto externo de Dios: tanto en lo que se refiere al acto creador como al acto salvífico. Todo lo que Dios hace para el hombre, es expresión de su amor misericordioso.
Para describir la extraordinaria y rica realidad de la misericordia de Dios, los autores inspirados utilizaban muchos términos, cada uno de los cuales destaca un aspecto diferente de este gran misterio de nuestra fe. La mayoría de las veces (más de doscientas veces) el Antiguo Testamento para referirse a la misericordia utiliza el término hebreo, que significa «la gracia y la fidelidad» de Dios (en hebreo hesed), quien habiendo pronunciado una palabra dada, nunca se echa atrás. Este término aparece en el Pentateuco, en los Libros Históricos, en los Libros Sapienciales, y de modo particular en el libro de los Salmos y en los profetas, especialmente en el contexto de la Alianza que Dios contrajo con el Pueblo Elegido. Hesed significa aquel amor que siempre manifiesta bondad y gracia. Hesed define también aquellos rasgos de Dios, como son la fidelidad a sí mismo (cuando contrae la alianza con el hombre) y la responsabilidad en el amor. En la Biblia, encontramos también unas 30 veces la expresión hesed weemet, que significa «la gracia y la fidelidad».
Los autores inspirados de la Biblia utilizaban a menudo también la expresión rahamim (palabra hebrea que procede de rehem, el seno materno), que subraya algunos rasgos del amor maternal de la mujer, y que se caracteriza por una intensa carga de las emociones más tiernas. Es la actitud de la persona que se compromete plenamente a ayudar a los demás, viviendo la compasión y llorando con los que lloran. Se trata pues de un amor gratuito e inmerecido, que surge de la necesidad, como un movimiento espontáneo del corazón, que se caracteriza por: la bondad, ternura, paciencia, comprensión y por una buena disposición para perdonar. Las palabras del Libro de Oseas 11,8, son las que expresan este amor con mayor profundidad, y constituyen una confesión del amor de Dios hacia el infiel Efraín.
El misterio de la misericordia de Dios también ha sido expresado mediante otras palabras, como hanan, que define una disposición cordial permanente, amable, y generosa. La palabra hamal (literalmente – mantener con vida a un enemigo derrotado) expresa este rasgo de la misericordia, que significa mostrar compasión, conceder el perdón y conmuta las penas. La palabra hus tiene un significado, y expresa la piedad y la compasión, sobre todo, como un sentimiento. A veces también, aparece la palabra hen, es decir, la bondad y una actitud amistosa y cordial hacia los demás, especialmente hacia aquellos que se encuentran en una situación difícil.
¿Quién podrá medir su inmensa grandeza?, ¿quién podrá narrar sus misericordias? (Si 18, 5). Pues tu amor llega hasta el cielo, tu fidelidad hasta las nubes (Sal 57, 11). Estas palabras tomadas de la Sagrada Escritura son un testimonio que muestra con claridad cómo el Pueblo Elegido experimentaba la vivencia de Dios, sobre todo a partir de su misericordia. Pero, ¿Qué es la bondad de Dios? ¿Cómo revela Dios su Amor misericordioso?
Misericordia en lenguaje bíblico significa todo gesto de amor de Dios hacia la criatura. La bondad de Dios no se limita a actos de perdón, aunque cuando Dios perdona al hombre es cuando se revela toda la profundidad de la misericordia. No obstante, la obra misma de la creación ya es un acto de misericordia. El salmista lo dice con toda claridad, cuando alaba a Dios por su hesed, es decir, por la bondad y por el deseo de ofrecer al hombre su amor y la gracia divina. (Sal 136). Según las palabras del autor de este salmo: es eterna su amor, es decir, la misericordia de Dios es lo que hace que todo exista, entre otros el sol, la luna, las estrellas, etc. (v. 5-9). El Salmo 145, 9 indica claramente que el Señor es bueno para con todos, tierno con todas sus creaturas. Dios ama a sus seres creados, y se apiada de todos (en griego, eleeo), como nos dice el Libro de la Sabiduría en el capítulo 11, versículos 23-24. Es gracias a este amor lleno de bondad que el mundo fue creado y todavía existe. La Biblia hebrea revela la misericordia de Dios como algo que sigue siendo válida, y que sigue actuando en el mundo. Se podría decir que el oxígeno que mantiene en vida al mundo y al hombre es el amor misericordioso de Dios.
La Misericordia de Yahvé resultó ser el atributo del Dios de Israel que le diferenciaba de los demás dioses de las naciones paganas (Cf. Mi 7, 18). Miqueas dice que Dios ama la misericordia (Miqueas 7, 18). Pues, como afirma el salmista, dura por siempre (25, 6). Es tan inimaginablemente grande que el hombre, al querer expresar su grandeza, se ve limitado por las dificultades del lenguaje humano. Es por eso que a menudo los autores de los libros sagrados del Antiguo Testamento, para definir la bondad de Dios, usan diversas palabras que hablan de la magnitud de este atributo de Dios (por ejemplo, Ne 13, 22, Tb 8, 16, Sal 69, 17, Is 63, 7). Frecuentemente, yuxtaponen palabras que indican ambas la misericordia, como por ejemplo, en Éxodo 34, 6-7 dice que Dios es misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones. Encontramos expresiones parecidas en otros seis textos: Ne 9, 17; Sal 86, 15; 103, 8; 145, 8; Jl 2, 13; Jon 4, 2. El Autor del Libro de la Sabiduría menciona a Dios como el Señor de Misericordia (9, 1).
Pero, ¿cómo explicar que el Pueblo Elegido se ensimismara y maravillase tanto con la misericordia de Dios? ¿Cuál es el por qué de esta inmensa variedad de expresiones para expresar la bondad de Dios? Pues bien, la mera motivación de la elección del Pueblo Elegido en propiedad exclusiva del Señor está impregnada de Su amor. En el Deuteronomio (Dt 7, 7n) queda claramente dicho que Dios lo ha elegido no por otros motivos sino sólo por amor y en virtud del juramento hecho a Abraham (versículo 8). Cabe señalar que precisamente en el contexto de la justificación de la elección de los antepasados de Abraham como Pueblo Elegido descubrimos que Dios es fiel y que guarda la alianza y el amor por mil generaciones. Por lo tanto, para el Pueblo Elegido, la fidelidad de Dios a su palabra constituye un sentido fundamental de la misericordia. El Pueblo Elegido nutre sus raíces de aquel hesed, del amor fiel de Dios. Así, la misericordia se ha revelado a partir del diálogo de Dios con el hombre y de la alianza que contrajo con él. El Pueblo Elegido se daba cuenta de que su existencia dependía de la bondad de Dios, y que cada vida recién concebida – que constituía el futuro de la nación – tenía su fuente, en primer lugar, en el amor misericordioso de Dios (rahamim, en hebreo), es decir, el deseo que tiene Dios de que el hombre viva (cf. Dt 13, 18).
El hecho de hacer posible la salida del Pueblo Elegido de Egipto y el fin de la esclavitud también se desprende del hesed. A pesar de que el término misericordia no aparece mencionado directamente en la descripción del acontecimiento, sin embargo el éxodo mismo ha sido presentado como un acto de la misericordia divina. Así es, pues Dios, al ver la tribulación de su Pueblo, su sufrimiento y las lágrimas de la gente, se lanzó a su rescate (cf. Ex 3, 7n). El autor del Salmo 136, alaba a Dios por su misericordia (hesed), y lo hace de un modo poético, por haber liberado milagrosamente al Pueblo Elegido del yugo del Faraón (versículos 10-24). La Misericordia de Dios resultó ser una fuerza liberadora, una fuerza capaz de de tomar en defensa a los injustamente oprimidos. Todas las obras que Dios hizo antes y durante el viaje a la Tierra Prometida, tienen su origen en la fidelidad de Dios, lleno de bondad, a su Pueblo. De hecho, todo el Salmo 136 es un gran Te Deum para rendir honor a la Divina Misericordia, que la gente del Pueblo Elegido iba conociendo a través de la obra de liberación de la esclavitud en Egipto. El autor del Libro de Nehemías (Cf Ne 9, 19) destaca la presencia misericordiosa de Dios por el hecho de acompañar al Pueblo durante su peregrinación por el desierto, tanto de noche como de día. Todo procedía de la bondad de Dios, tanto el don de los alimentos, el agua como el cumplimiento de la promesa de la tierra prometida Un eco de la gratitud del pueblo por este acontecimiento, en el que abunda la bondad de Dios, son, entre otras manifestaciones de gratitud, las siguientes palabras del haggad (relato de la historia de la salida de Judíos de la esclavitud en Egipto, que se lee durante la cena de Pascua en la fiesta del Seder: Le debemos gratitud al Señor, no sólo por un único beneficio, sino por un sin fin de favores y beneficios.
Pero cuando más se puso de manifiesto la belleza de la misericordia de Dios fue cuando ésta se revela ante la realidad de la infidelidad humana. El Pueblo Elegido, en repetidas ocasiones desobedeció a Dios, y lo hizo ya en la travesía del desierto, por ejemplo, al hacerse un ídolo – el becerro de oro (Ex 32, 4) – o mostrando falta de fe en la Divina Providencia. El pecado, por tanto, significaba la violación de las condiciones de la Alianza. Así que, en un sentido estricto, Dios ya no estaba obligado a concederles su misericordia, es decir, la bendición para su pueblo. Por haber infringido sus mandamientos, Dios tenía el derecho de exterminar al pueblo que había elegido. Sin embargo, Dios resultó ser fiel a sí mismo, sobre todo, en su amor por el hombre, que se mantuvo, para bien, para mal, como un amor más fuerte que la traición. El libro de Nehemías (Cf. Ne 9, 17-19) resume bien esta realidad, afirmando que el pueblo se desvió de la obediencia a Dios, cometiendo blasfemias, olvidándose de las grandes obras e intervenciones de Dios. Pero, a pesar de todo, Dios en su gran misericordia, les concedió el perdón.
A la luz de estas reflexiones, puede plantearse la cuestión sobre el sentido del castigo: ¿tiene sentido el castigo, al tener presente la misericordia de Dios? Resulta que una de las manifestaciones de la solicitud de Dios por el hombre es también el castigo. En el Libro del Eclesiástico, en el versículo 16, 11, leemos que Tan grande como su misericordia es su severidad. En otro fragmento del libro del Éxodo, versículo 34, 7, el autor compara la dimensión del castigo y la misericordia. El perdón de Dios es ilimitado (por mil generaciones), mientras que el castigo dura poco. Dios es tardo a la cólera y grande en el amor, y no es muy dado a castigar al hombre. El libro del profeta Oseas nos lo explica, ilustrándolo al decir que solo pensar en el castigo, Su corazón se convulsiona suyo, y al mismo tiempo se estremecen sus entrañas (Os 11, 8n). Pero lo hace con misericordia para alentar al hombre a arrepentirse, porque desea su felicidad. De tal manera que Dios, sólo al ver que el hombre se corrige y se arrepiente, se apresura a socorrerle. No sin importancia cabe mencionar el hecho que en el Antiguo Testamento aparezcan con tanta frecuencia los términos de la misericordia y la salvación (por ejemplo, Sal 6, 5, 17, 7, Si 2, 11, Ba 4, 22).
La Misericordia de Dios no está limitada sólo al Pueblo Elegido; como dice el autor del libro del Eclesiástico (Si 18, 12): la misericordia del Señor se extiende a todo el mundo. Sin embargo, en el Libro de Jonás es donde encontramos una referencia más universal a la Divina Misericordia. Dios, viendo la enormidad del pecado de los habitantes de Nínive, les envía un profeta con una misión, la de exhortarlos al arrepentimiento. Jonás, sin embargo, prefiere un castigo severo para los crueles enemigos de Israel. Por eso, se propone evadir el mandato de Dios, porque bien sabe que Dios es misericordioso y clemente, es un Dios tardo a la cólera y grande en el amor, compasivo, paciente y generoso, que se arrepiente del castigo (Jon 4, 2), por lo que probablemente perdonaría a los habitantes de Nínive. Y así es como sucedió. En el contexto de este relato, nos damos cuenta de cuál es la condición para poder recibir el perdón de Dios. Lo es el arrepentimiento por los pecados. No obstante, cuando se habla de arrepentimiento, no se trata de un sentimiento, sino de apartarse del mal decididamente, aceptando una penitencia, tal y como lo hicieron los habitantes de Nínive. A veces los libros del Antiguo Testamento presentan también la necesidad de corregirse y el hecho de confesar la propia debilidad como condiciones indispensables para recibir el perdón de Dios por los pecados cometidos (Cf. 2 Co 30, 9, Sal 79, 8). Pero, tal vez el texto bíblico más bello que nos muestra la relación existente entre el arrepentimiento del pecador y el perdón de Dios es el Salmo 51: Piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa ternura borra mi delito…pues yo reconozco mi delito, mi pecado está siempre ante mí (Sal 51, 3-5). El autor del libro del Eclesiástico expresa esta misma verdad en forma de sorpresa por la que se maravilla: ¡Qué grande es la misericordia del Señor, y su perdón para los que se convierten a él! (Si 17, 29).
El don del amor de Dios, que es más fuerte que el pecado del hombre, capaz de perdonar repetidas veces, se nos presenta en varias ocasiones especialmente en los escritos proféticos. Entre ellos, en primer plano cabe mencionar una cita del libro del profeta Isaías: Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá, dice Yahvé, que tiene compasión de ti (Is 54, 10). Otra especie de declaración del amor de Dios, en donde abunda el perdón, son las ricas palabras del Libro de Jeremías: De lejos Yahvé se me apareció. Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti (Jr 31, 3). Dios, sin embargo, no se detiene en dar pruebas de su bondad, sino que está deseoso de recibir la misericordia del hombre, ¡tiene sed de amor! Dios le exige la fidelidad, como podemos leer en el Libro de Oseas: Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos (Os 3, 3).
Los profetas revelan algo del corazón de Dios, y nos muestran con claridad su amor ardiente, dispuesto a hacerlo todo por su Elegido, con tal de hacerlo feliz. A menudo el Antiguo Testamento muestra la experiencia de la misericordia de Dios como una fuente de alegría (Sal 13, 6, Ba 4, 22), vivencia que conduce a la gratitud. Un claro ejemplo de esto es el Salmo 107, que canta la bondad de Dios por la liberación de la esclavitud y la miseria. Exhorta hasta cuatro veces, en forma de estribillo que se va repitiendo para expresar gratitud a Dios por su misericordia (versículos 8, 15, 21, 31), porque cada vez que los hijos de Israel pedían socorro y ayuda a Dios, fueron escuchados (versículos 6, 13, 19, 28).
Los libros del Antiguo Testamento muestran la misericordia de Dios en la obra de la creación, pero lo hacen de un modo particular, sobre todo, en el contexto de la remisión de los pecados de la infidelidad del hombre. La experiencia del perdón se convierte en una fuente de alegría que da sentido a la vida. Sólo hay una única condición para recibirlo. Se trata del deseo real y auténtico de regresar a Dios. Cada criatura se mantiene en vida sólo gracias al amor de Dios, que se inclina sobre todo aquel que es pequeño y débil, necesitado de apoyo. El hecho de que en el Antiguo Testamento haya semejante número de fragmentos que nos hablan de la bondad de Dios, prueba con qué constancia Él acompaña al hombre, de un modo ilimitado y con tal fuerza – como le dijo a Sor Faustina – que hace de la misericordia el mayor atributo de Dios.
Hna. Maria Faustyna Ciborowska ISMM
Traducción del polaco: Xavier Bordas Cornet