Santa Faustina fue una gran devota de Jesús presente en el Santísimo Sacramento desde sus primeros años. Ante Jesús oculto en la blanca Hostia consagrada, experimentó por primera vez el amor de Dios y escuchó interiormente la invitación a una vida más perfecta. En su juventud, ante el Santísimo Sacramento hizo un voto privado de castidad, y en el convento pasaba todos los momentos libres en la capilla, ante el sagrario. «No permitiré que el torbellino del trabajo me absorba tanto que olvide a Dios», confesó. «Paso todos mis momentos libres a los pies del Maestro oculto en el Santísimo Sacramento. Él me enseña desde mis primeros años» (Diario 82).
«Oh Señor, veo bien», confesó sinceramente a Jesús en la oración, «que mi vida, desde el primer momento en que mi alma pudo conocerte, es una lucha constante, cada vez más intensa. Cada mañana durante la meditación me preparo para la lucha del día entero, y la Sagrada Comunión es mi seguridad de que venceré – y así ocurre. Temo el día en que no tengo la Comunión. Este Pan de los fuertes me da toda la fuerza para llevar a cabo esta obra, y tengo el valor para cumplir todo lo que el Señor exige. El valor y la fuerza que hay en mí no son míos, sino de Aquel que vive en mí – así es la Eucaristía» (Diario 91).
Al final de su vida escribió: «Me veo tan débil que, si no fuera por la Comunión, caería constantemente. Solo una cosa me sostiene: la Sagrada Comunión. De ella saco la fuerza, en ella está mi poder. Temo los días sin Comunión. Me temo a mí misma. Jesús oculto en la Hostia lo es todo para mí. Del sagrario saco fuerza, poder, valor y luz; en los momentos de angustia busco allí consuelo. No sabría dar gloria a Dios si no tuviera la Eucaristía en mi corazón.»
Su amor por Jesús en el Santísimo Sacramento también se reflejaba en que añadía a su nombre: «del Santísimo Sacramento» y deseaba que su patrono anual fuera: Jesús-Eucaristía. Más…